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EN PROFUNDIDAD

Ángel Rivera

exconsejero delegado Banco Santander España

Por Íñigo de Barrón Arniches, periodista que ha trabajado en medios como El País, donde fue Corresponsal Financiero entre el 2000 y 2022, Europa Press o Expansión. También ha colaborado en algunos canales de televisión y radio, como RTVE, La Sexta, Cuatro, COPE, Cadena SER y Onda Madrid. Autor del libro “El hundimiento de la banca”, entre otros, ha recibido a lo largo de su carrera diferentes premios como el Schroders al mejor artículo del año y el ING de Periodismo.

“Luis Valls fue un adelantado en la responsabilidad social y en el control de costes en la banca, que hizo tan rentable al Popular”

Ángel Rivera tuvo un maestro que creó escuela: Luis Valls, quién le enseñó el negocio bancario y le ofreció claves que todavía hoy, décadas después, sigue utilizando para dirigir la filial del Santander en España. Rivera está convencido de que Valls fue un adelantado a su tiempo que supo ver cómo se debía gestionar un banco, convirtiendo al Popular en uno de los más rentables del mundo; al mismo tiempo, desarrolló un sistema de fundaciones para la acción social como acto de responsabilidad ante la sociedad, sin hacer publicidad de ello. Este directivo destaca que era un presidente que controlaba todo en el Popular y que llegó a tener una autoridad moral que imponía a sus directivos. “No era una persona de trato fácil, ni le gustaba hablar de cuestiones personales; manejaba muy bien los silencios; se preocupaba por la gente que le rodeaba y conocía los nombres de pila de muchos empleados. Era un líder admirado, respetado y querido por los empleados del Banco”, recuerda Rivera.

Pregunta. ¿Cómo fue su llegada al Banco Popular?
Respuesta. Fue un poco por accidente. Creo que vi un anuncio en El País.
Quería comprarme una casa y pensé en tener un trabajo seguro, lo más parecido a un ministerio, con un sueldo fijo, con un horario, pensé que eran los bancos porque se trabajaba de 8 a 3 de la tarde. ¡Así era en teoría! Nunca había tenido ninguna relación con la banca ni con un banco.

P. ¿En qué fecha se incorporó?
R. Entré en el Popular en 1989 y empecé a trabajar en una sucursal en el mercado La Guindalera de Madrid. Allí estuve unos años; al principio no me gustaba porque los bancos tenemos la contabilidad al revés de lo que se estudia en la carrera. Tuve la suerte de coincidir con un buen equipo de personas, de los que aprendí muchas cosas de la profesión. A algunos de ellos todavía les sigo viendo, aunque menos de lo que me gustaría.; luego pasé a otra oficina hasta que se jubiló Ascensión, la única persona que hablaba inglés en el gabinete de Luis Valls (LV) y empezaron a buscar jóvenes que hablasen idiomas. Después de diversas entrevistas con el Director Financiero y el de Recursos Humanos, continué en el proceso.

P. ¿Cuál fue el siguiente paso?
R. Entrevistarme con Ricardo Lacasa, que todavía no era el consejero delegado, ya que ese cargo lo ocupaba Alfonso Ayala. Lacasa me dijo que estaban buscando candidatos para el gabinete del presidente y me pareció fenomenal. Y así comencé a trabajar al lado de LV. A mí me gusta madrugar, así que los dos coincidíamos temprano en la oficina para empezar a trabajar; Creo que eso le gustó.

P. ¿Cuándo empezó a estar al frente del gabinete?
R. Me incorporé en mayo de 1992 así que empezamos a interactuar más a menudo. LV era un hombre muy peculiar. Mi trabajo en el gabinete consistía en leer los periódicos. Él seguía temas concretos, tanto económicos como de actualidad política, por ejemplo, los relacionados con auge y caída de personajes relevantes, políticos, empresarios, jugadores… Hacíamos dossiers en carpetas, era todo muy manual, no había nada parecido a internet.

P. ¿Qué sentido tenía seguir esas historias?
R. Le gustaba analizar por qué a gente que le iba bien al final acababa mal. Se preguntaba por los errores cometidos. Quería aprender de aquellas historias; en el fondo, buscaba conocimiento. Teníamos siempre unos 15 dossieres abiertos. Era una persona obsesionada por la información en todos los sentidos. Luego la analizaba y le permitía ir un punto por delante de lo que a cualquiera se le podía haber ocurrido; a mí me impresionó mucho, es verdad que era un crío, pero recuerdo que me impactaron este tipo de cosas. Cuando acababa el análisis de la prensa, echaba una mano a todo el gabinete, éramos cinco o seis. Con el tiempo surgió cierta química entre nosotros y, después del verano, me quedé al frente de la secretaría; estuve cinco años y medio. Fueron años muy buenos.

P. LV dividía la jornada en dos partes, una para el mundo del banco, la mañana, y la tarde para los temas sociales, ¿no?
R. Sí, por la tarde decía que se iba al otro mundo. Nos hacía mucha gracia. Allí trabajaba con Carlos Figuero, Paco Aparicio, incluso Ángel Ron, que fue director general del Banco de Depósitos. Era un banco que tenía objetivos sociales, programas educativos, créditos al honor. Allí pasaba mucho tiempo. Luego desarrolló el tema de las fundaciones, que hacían fundamentalmente obra social. Me llamaba la atención porque era una forma diferente de gestionar una entidad.

P. A LV le gustaba retirarse a trabajar a las instalaciones que tenía el Popular en la localidad segoviana de San Rafael. ¿Cómo se organizaba la jornada?
R. Yo trabajaba jornada continua y llegué a vivir con él cuando se iba a San Rafael de martes a viernes para evitar estar yendo y viniendo todo el tiempo. El Presidente los lunes y martes estaba en Madrid y llegaba a comer dos veces, medias raciones de judías verdes y merluza, para poder estar con más personas a la hora del almuerzo y así captar más información. No veía a clientes; eran sobre todo, políticos y mucha gente del mundo de la cultura.

P. ¿Cómo quienes, por ejemplo?
R. Escritores. Le gustaba mucho hablar con ellos, y también con los políticos. Tenía muy buenos contactos con personas de todas las ideologías, desde los monárquicos a los comunistas. Había vivido con mucha intensidad la Transición, en la que jugó un papel muy relevante.

P. ¿Cómo fue su relación con el Rey Juan Carlos I?
R. Estuvo siempre muy cerca de él y de toda la Casa Real. Incluso se puede decir que tuvo una relación muy estrecha con Don Juan. No era extraño que le llamaran de la Zarzuela para diferentes asuntos. Creo que Luis Valls jugó un papel muy importante en los años previos a la muerte de Franco y en los posteriores, empujando la llegada de la democracia. De hecho, diría que le gustaba mucho más ese mundo que el puramente bancario. Al final creo que llegó al Banco por accidente, por una petición de un tío suyo. Era un hombre tan extremadamente inteligente y listo, que puso la entidad en orden y creó una escuela de gestión muy avanzada para su tiempo. Para él los temas de cumplimiento, cultura propia, integridad en la gestión, impacto social lo que hemos visto ahora con los códigos que se han desarrollado, eran básicos y los implantó en el Popular desde épocas inmemoriales. Se adelantó muchos años a la cultura de la responsabilidad social, combinada con una gestión financiera y de costes estricta, que hizo tan rentable al Popular. Una prueba de esta visión especial era el Repertorio de Temas, incorporado a las Memorias, donde contaba éxitos y fracasos para que sirvieran de ejemplo a todos. Nadie más lo hacía ni lo hizo después en la banca.

P. Periodísticamente eran textos muy interesantes y curiosos porque no era frecuente admitir fallos propios como ahí se hacía…
R. Eran una delicia. Se publicaron durante 23 años y LV estaba muy involucrado en el tema, con la ayuda de Rafael Pro, una persona brillante y muy culta. Demostró que el banco podía contar las cosas buenas y las malas. Había capítulos de agresores externos, internos y terminaban siempre con una moraleja; era muy respetuoso porque nunca se publicaban nombres, salvo el de Pepe, el del Popular, que fue un caso muy mediático, pero se hizo con respeto. Aquellos textos fueron un pozo de sabiduría para todos los empleados y me atrevería a decir que no solo para los del Popular, sino también para los de otros bancos.

P. Volviendo a los años del gabinete, ¿su trabajo era interno en el gabinete o se podía progresar con experiencias de fuera?
R. Se podía crecer, como me sucedió a mí. Tras asistir a alguna reunión de banqueros en Nueva York con Manuel Martín, secretario general técnico de enorme valía, LV me preguntó si me gustaba la banca americana. Le dije que sí, sin pensarlo, y pude hacer prácticas en un banco de Nueva York, Bank of New York, otro de Carolina del Norte, First Union, hacer un programa súper práctico en Australia en el que debíamos reflotar un banco quebrado. Fue una experiencia increíble, cuyo objetivo era formarte en riesgos, en el área comercial, con un concepto de banca más avanzada, que era el americano. Creo que apostó por dos o tres personas. El presidente tenía claro que había que conocer los negocios más punteros y que se debía rotar en los puestos. Luego pasé a la división de Banca Internacional; a mí me abrió un mundo, no solo por Estados Unidos, también por la experiencia con nuestros socios de Argentina, Brasil, Perú, Chile, etc. Después fui al Área de Desarrollo Corporativo, con García Cuéllar, Pablo Isla y Ángel Ron. Esa era la cúpula del banco en aquel momento. Posteriormente dejé el Popular porque no encajaba con García Cuéllar, CEO en aquel momento, pero la aventura duró poco, porque éste salió una semana después y el presidente me llamó para que regresara; volví para ocuparme de Recursos Humanos y después de Tecnología con Angel Ron como consejero delegado. También me hice cargo de Banca Comercial y, tras mi última etapa como Director General de Negocio, en enero de 2013 dejé el Banco Popular y fiché por el Santander.

P. ¿Tiene la impresión de que a LV le gustaba el periodismo, incluso que le hubiera gustado ser periodista?
R. Le encantaba el periodismo. De hecho, lo que menos le gustaba era la banca. Era una persona tan culta que se le comparaba con los florentinos renacentistas. Era un lector empedernido. En San Rafael había torres de libros y de papeles, no paraba de leer y recortar artículos. Allí había como 11.000 libros y los fui ordenando para tener una buena biblioteca; al principio solo y luego con algunos chicos de colegios mayores.

P. ¿Llegaste a convivir en la casa de San Rafael?
R. Sí porque era incómodo ir y venir desde Madrid, así que me quedaba a dormir. Eran jornadas largas porque empezaba con la misa a las 7 de la mañana en Segovia, que recuerdo por el frío tan helador. Desayunábamos después y trabajábamos de 8 a 8, sin parar. A la hora de comer, le quitaban los papeles, y comía en la mesa. Después daba una cabezadita, rezaba un poco y seguía trabajando. A las 20 horas siempre decía “cerramos la tienda”. Si había partido de fútbol, me iba al pueblo porque allí no había televisión.

P. ¿Cómo era aquella casa?
R. Muy austera. En San Rafael había una casa principal y dos adyacentes. Arreglaron la principal, con una buena obra de diseño interior con maderas muy bonitas. Tras acabar las obras, un día la visitó, dijo “qué curioso”, cerró la puerta y no entramos nunca. Seguimos en una de las casas pequeñas. Mi habitación tenía una cama de hierro con un crucifijo en la pared, austeridad absoluta.

P. ¿Llevaba el presidente un control estrecho de la gestión del banco?
R. Controlaba totalmente el banco, siempre en contacto con los consejeros delegados, sobre todo con Ricardo Lacasa, con el que tenía una gran amistad, y Alfonso Ayala. A San Rafael llevábamos ocho o diez maletas con papeles, documentos sobre riesgos, inmuebles, área comercial. Allí no recibía a gente, no había visitas y durante la semana analizaba toda la documentación.

P. ¿Se podía decir que tenía amigos en el banco?
R. No era sencillo ser amigo de Luis Valls porque era un hombre poco accesible y no demostraba sentimientos. Era frío. Por mi carácter, curioso intelectualmente, no dejaba de hacer preguntas sobre todo, incluido el Opus Dei, del que nunca formé parte. En los momentos de relajación me contaba muchas cosas, pero luego me daba la impresión de que se arrepentía de hablar tanto y no me dirigía la palabra en todo el día. Era así.

P. Parece que no quería contar más de la cuenta…
R. Creo que quería blindarse, autoprotegerse por su posición en el banco y por su participación en los movimientos políticos de entonces, que era importante; necesitaba tener una coraza y era muy poco accesible a muchas personas. No es que hubiera que temerle, pero era un artista del silencio. Los dominaba como pocos; igual que la mirada, con esos ojos azules tan penetrantes con los que aguantaba la mirada transmitiendo una fortaleza y una seguridad impresionante. La mayoría de la gente se venía abajo con esa actitud, como muchos directores generales del banco. No era una persona fácil, como he comentado antes.

P. ¿Cómo fue su relación personal?
R. Conocerle tan joven me impactó muchísimo, siempre digo que fue como mi segundo padre. Fue una gran experiencia, me sentía cuidado de alguna manera, acompañado en mi carrera y muy guiado; creo que si eres un hombre agradecido, esa lealtad va más allá de la lealtad profesional. Siempre digo que aprendí muchísimo de él y de Ricardo Lacasa, que es una figura que siempre estuvo en la trastienda y fue muy relevante en la vida de Valls y en la del propio banco.

P. ¿Donaba alguna parte de su dinero personal a las causas sociales?
R. Sí, recuerdo que algunos años, al llegar diciembre, me decía que dejásemos la cuenta corriente a cero y que entregara lo que tuviera, en ocasiones 140 millones de pesetas. Al principio casi todo a organizaciones del Opus Dei, luego fue derivando a las fundaciones y a proyectos sociales concretos.

P. ¿Qué tipo de asociaciones?
R. Fuimos conociendo gente con muchas necesidades, como la Ciudad de los Muchachos, el cura Castro de Vallecas… se abrió el abanico y se ayudó a mucha gente. Recuerdo que con los grandes regalos que le llegaban en Navidades organizaba una comida o una merienda en la Ciudad de los Muchachos. Él, por ser numerario, no tenía votos, pero sí asumía la austeridad y te diría que la pobreza. Recuerdo que le tiré a la basura una chaqueta desgastada con la que pretendía ir a la comida de los siete grandes de la banca. Las apariencias no le importaban nada. En ocasiones fue a las reuniones de los banqueros con el Talbot Horizon, rojo y con capota negra, que era el coche particular de su conductor para que luego éste pudiera irse a ver al Real Madrid porque jugaba ese día. El Talbot llegó entre todos los Mercedes de los banqueros…en el fondo le gustaba romper, dar una imagen diferente.

P. ¿Nunca quiso escribir un libro sobre su modelo de gestión?
R. Apuntaba muchas frases, propias y que leía o escuchaba, pero no quiso ni escribir un libro ni que otro lo escribiera sobre él. Creo que si lo hubiera hecho, hoy todavía sería actual, útil, una buena guía de gestión. De hecho, hay uno con sus frases que lo tengo en mi despacho marcado y a mí, a día de hoy, todavía me sirve.

En banca sostenía que el éxito es consecuencia de la gestión y que no hay que poner objetivos para alcanzar cuotas de mercado. No tenía el concepto de costes, sino de gasto productivo, por eso a las ocho, cuando nos íbamos, pasaba por todas las plantas del edificio apagando luces…

P. ¿Cuál era su criterio para las ayudas sociales?
R. Lo llevaba siempre con Carlos Figuero; creía mucho en las ayudas reembolsables porque no le gustaba dar dinero a fondo perdido: decía que no se valora. Aunque apenas cobrase intereses y diese plazos muy largos, pedía que fuera rembolsable. Apoyaba mucho la educación, a personas con talento pero sin recursos, con los créditos al honor, muy al estilo americano cuando en España no existían. Ponía dos condiciones a los que ayudaba: que no lo contaran y que rezaran por él. Las ayudas eran muy variadas: desde a unas monjitas que no tenían recursos para arreglar el tejado del convento o cambiarse la dentadura, hasta una asociación que estaba pensando en levantar un hogar para niñas abandonadas. Le gustaba este tipo de ayuda directa, que se palpaba, pero eso suponía que teníamos que ir a los sitios, contratar al constructor, supervisar las obras y en ese tipo de cosas…A veces pedía que construyeran una capillita.

P. ¿Cómo se enteraban unas monjas de un convento lejano que Luis Valls tenía este sistema de ayudas si no hacía publicidad?
R. Por el boca a boca de otras, o de un empleado del banco que se lo decía… de la forma más extraña, pero se enteraban.

P. ¿Crees que siguió la doctrina de los gurús norteamericanos que hablaban de las fundaciones con carácter social desde los años 70?
R. Sí y no solamente los Rockefeller, que tenían una parte filantrópica importante. Siguió el modelo filantrópico de Estados Unidos y de grandes empresarios franceses.

P. ¿Hablaba inglés?
R. No, hablaba francés regular, por eso buscaba siempre gente alrededor que supiera idiomas. Su hermano Javier le cubría bien todo el flanco internacional del banco. Tenían muy buena relación y se complementaban.

P. ¿Cúal era su modelo de gestión?
R. Al presidente le gustaba más mover los hilos en segundo plano, con los grupos de influencia política. Yo creo que él era feliz en las sombras. Nunca mandó, siempre influyó y lo decía: “La mejor manera de ejercer el poder es influir y eso no es fácil porque hay que tener esa capacidad moral de influencia”. Era un presidente en toda la extensión de la palabra; estaba en todo y su presencia llegaba a todas las áreas del Popular. Cuando entraba una sala llenaba el espacio. Su altura, su mirada….Tenía una auctoritas brutal, reconocida por todo el mundo, interno y externo.

P. ¿Lacasa fue un apoyo clave para LV?
R. Sí, Ricardo tenía dedicación plena al banco; le escribía, le resumían notas que eran una delicia leer, le enviaba una especie de diario de todo lo que hacía, con quién había hablado y de qué habían hablado. A él le ayudaba mucho y subrayaba las cosas que pensaba que eran relevantes. Ricardo llevaba la gestión del banco y Carlos la parte social. Son a los que dedicaba más tiempo aunque veía a más gente, por supuesto, como Jesús Platero, secretario del Consejo. También hablaba mucho con Francisco Aparicio para temas de organización del banco, del consejo, de las fundaciones…

P. ¿LV tenía un paquete importante de acciones del Popular?
R. Creo que no. Siempre ha habido ciertas dudas de si era la Obra la que tenía las acciones, creo que él fue muy hábil en manejar eso con cierto velo. Lo que sí era clave era la Sindicatura de Accionistas, formada por gente afín a él y al Popular, con la que controlaba el consejo.

P. ¿Esa distancia con la gente era por timidez?
R. No era una persona tímida, era por autoprotección, autocontrol. No quería ser débil ni mostrar debilidad alguna. Y era muy difícil conocerle, conocer lo que sentía, lo que pensaba. Yo sí que tuve momentos de conocer a un Luis Valls relajado y fueron momentos en la montaña, básicamente. Pero luego te castigaba con el silencio. Aprendí a gestionarlos y no era mal humor. Y hablamos de la Obra, de la disciplina interna, de la obediencia, de todo. Le hacían gracia algunas de mis preguntas, se reía con ellas. A mí me contó cómo llegó a la Obra y muchas cosas que no contaré porque son personales.

P. ¿Cómo eran las relaciones con su hermano Javier?
R. Tenían sus discrepancias, pero LV intentaba no tener enfrentamientos directos. Le mandaba recados a través de nosotros, los del gabinete. Javier se enfadaba a veces porque al final las decisiones las tomaba LV. Podía retrasar alguna cosa a la que se oponía Javier, pero se hacía como quería el presidente, aunque su hermano se enfadara. LV no era una persona que se enfrentase con su hermano; con otros sí podía ser duro y directo. En el fondo se querían y eran complementarios.

P. ¿Por qué dejó de ir a San Rafael?
R. Apareció en las listas de objetivos de ETA y, en una ocasión, yo creí ver a una etarra en el peaje de la autopista, junto a San Rafael. La Guardia Civil nos explicó que era un sitio imposible de proteger, que era un objetivo muy fácil porque era una casa aislada y con solo dos escoltas, así que dejó de ir. Fue algo que le dolió mucho porque para él era muy gratificante estar aislado en aquella casa. Disfrutaba de la soledad, de leer, pasear por allí…

P. ¿Cómo fue su salida del gabinete?
R. No fue fácil, rechazaba a todos los sustitutos que le proponía. Al final, le gustó Miguel Ángel Prieto, que es una persona estupenda, y vi mi oportunidad para seguir haciendo carrera en el banco. Seguimos en contacto hasta su muerte, y siempre me apoyó.

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