SU VIDA
Su final
Relata Miguel Ángel Prieto, director del gabinete de Luis Valls, que en el verano de 2005 éste comenzó a sentirse débil y cansado. En ese momento ya tenía ciertas limitaciones, le fallaba la vista y no podía leer ni deambular sin ayuda porque tropezaba y se podía caer. “Pese al deterioro físico, mantuvo perfectamente la cabeza hasta el final”, apunta.
Cáncer de piel
En un contexto de salud que ya empezaba a complicarse, tuvieron que extirparle varios melanomas. Aunque la operación transcurrió sin complicaciones, semanas después tuvo un fallo renal del que ya no pudo recuperarse.
Planteada la posibilidad de someterle a diálisis, el intensivista de la UCI del Hospital Ruber sugirió no alargar su vida artificialmente. Con 79 años, su final era inminente.
Últimos días en el banco
Luis Valls se despidió de su equipo con idea de volver cuando le retiraran los aparatosos vendajes. Lo comunicó después del Consejo de octubre de 2005: “Me voy unos días, me operan. Volveré cuando tenga mejor aspecto”. Pensó que sería cuestión de semanas pero ya nunca regresó a su despacho y murió en febrero de 2006.
Una carta de despedida
“Deseo morir tranquilo -como los santos Patriarcas-, como he vivido”. Así comienza una carta1 que su albacea, Francisco Aparicio, describe como “dos folios, escritos ambos en el reverso de papel usado”, escrita doce años antes de su muerte y que continúa así:
“Ruego por tanto, por favor, que se deje en paz a los amigos. Quisiera morir alejado de la civilización para que lo anterior fuera fácil de cumplir. Ninguna publicidad es deseable: ni entierro ni funeral avisado, ni esquelas, ni notas necrológicas pedidas o provocadas. Claro que agradecería que recen. Pero no otra cosa. Dejad en paz a unos y otros (No tengo nada de valor. Se puede tirar todo). Me voy haciendo viejo. La muerte puede aparecer en cualquier momento. Cuando suceda, deseo que se deje en paz a los amigos. Es mejor no dar pie a que se sientan forzados a ir al entierro, asistir a funerales, escribir un artículo, etc. Por eso en el testamento prohíbo que se publiquen esquelas. Que cada uno rece y encargue que otros recen, pero que no salgan de todo aquello que favorece al alma sin recurrir a actividades sociales”.
Sus últimas voluntades
Su hermano Javier dio fe de que su petición fue atendida2: “Luis no quiso esquelas, solo apareció una en los periódicos ABC y El Mundo del 10 de marzo de 2006, que decía: <<Luis, muchos te debemos mucho, bastantes te deben todo. La lealtad sigue siendo una virtud canina, una oración mirando al cielo>>. Luis no quiso honores en vida, ni después. Solo pidió un rezo por su alma”.
Además de sin anuncios, quiso un final austero. José Alcázar Godoy3 cuenta que dejó escrito en su testamento que lo enterraran en el ataúd más pobre que hubiera y que ni el Banco ni su familia gastara dinero en esquelas de prensa o coronas mortuorias. “Quiso vivir como un asceta y morir pobremente”, señala. El dinero que había ahorrado durante su actividad como presidente del banco más rentable del mundo (en torno a nueve millones de euros), de hecho, lo dejó en herencia a la Fundación Fomento de Fundaciones, fundada por Rafael Termes, para que se pudiera usar en los créditos concedidos a proyectos internacionales de acción social.
Una oración propia
Entre los cientos de papeles que había guardado Luis Valls a lo largo de su vida, Francisco Aparicio también encontró una oración de su puño y letra. Aclara que no sabe si la oración la compuso Luis Valls o si se inspiró en otros textos o si la copió, porque no tenía fecha ni alusión a fuente alguna. “Estaba con otras fichas de principios de los años 80”, especifica. En esta oración, Luis Valls expresa cómo quería vivir estos últimos momentos, algo que, en opinión de Aparicio, le fue concedido.
Sin miedo a la muerte
Durante varios años, Luis Valls estuvo en la lista de amenazados por ETA, aunque a él solo le preocupaban dos cosas: despistar al comando informativo, con la incomodidad que suponían los cambios de itinerarios, y atender a la seguridad de sus escoltas.
De hecho, en el primer cajón de un sencillo escritorio que había en su dormitorio había una nota “En caso de secuestro” donde constaban sus instrucciones precisas: “Organizáis funeral, publicáis esquela y que el Consejo se reúna de inmediato para nombrar un nuevo presidente. Que bajo ningún concepto se negocie ni se hable con los terroristas”.
El objetivo de Luis Valls era que todos le dieran por muerto y que pasara lo que tuviera que pasar, sin ceder a la extorsión. Como católico, Luis Valls tenía una visión trascendente de la vida y la muerte y no temía a ETA ni a ninguna otra forma de abandonar este mundo. Solo le preocupaba la salud de su personal de seguridad y, por ello, pese a la austeridad con la que se manejaban los que gestionaban los suministros del Banco, blindó el automóvil que usaba. No tenía miedo, a pesar de que, viendo una de estas cartas que recibieron cientos de empresarios y directivos en aquella época (sin ir más lejos, el entonces vicepresidente del consejo del Popular, Gabriel Gancedo) se puede tomar el pulso a lo que era sentir esa amenaza (ver anexo)
Bibliografía
(1) La carta se recoge en el libro Documentos>Versión 2 Luis Valls-Taberner (Pérez Salas, Fundación para Atenciones Sociales, 2007).
(2) En un artículo titulado 25 de febrero del 2006, siete años después publicado el 25 de febrero de 2013 en el diario La Vanguardia, cuando se cumplían siete años de la muerte de Luis Valls.
(3) Folleto Luis Valls. De la banca a Dios (José Alcázar Godoy).